"In memoriam"
Lorenzo nació un
caluroso 10 de agosto de 1927 en la histórica villa de Cuéllar, un día en el
que las cigüeñas crotoraban en los campanarios y los esforzados labradores
ultimaban las cosechas del estío.
Ese
mismo año, se produjo la primera emisión de la histórica BBC, la primera
llamada telefónica transatlántica, y Sacco y Vanzetti fueron ejecutados
mientras una oleada de protestas sacudía el mundo. En España, regresábamos a
las viejas costumbres y el uniforme de Primo de Rivera dictaba los preceptos de
los habitantes de la nación.
Pasó su juventud entre mulos,
trillos y eras, y al aproximarse la madurez, decidió cambiar la hoz por el
martillo. Empacó sus escasos enseres y, junto a su mujer y sus tres hijos, se
dirigió a la ciudad. Albergado en una popular corrala del barrio de Lavapiés,
inició una nueva vida como obrero metalúrgico en Perkins, donde compartió
fatigas con el célebre líder obrero Marcelino Camacho.
El pasado viernes 17 de mayo,
con casi 97 años, tendido en su cama y con la mirada serena y limpia, asido a
la mano de su hija Josefina, se durmió tranquilo, con la conciencia de haber
sido un buen padre y un hombre bueno.
Cuando somos niños, el tiempo
parece eterno: pasa lentamente y de manera intensa. Al finalizar la infancia,
algo cambia; es como si el reloj se detuviera y nos encontráramos en un espacio
atemporal. Solo cuando fallecen nuestros padres, el tiempo parece volver a
ponerse en marcha, amenazante. Enfrentarnos a su pérdida nos sitúa frente a
nuestra propia mortalidad. El tiempo se vuelve tangible y cada recuerdo se
convierte en un instante que permanece vivo en nuestra memoria. Ese tiempo que
se había detenido empieza a moverse nuevamente. El reloj, implacable, sigue su
curso.
Miguel Ángel Sintes Puertas
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