TOFIÑO EXPONE EN LA CASA ZAVALA (CUENCA)

 



    Tofiño nació en Cuenca, una provincia esencialmente rural y de agraciada naturaleza, concretamente en el barrio de Los Moralejos. Un barrio modesto, sin pretensiones. Sus padres ejercían de taberneros en un local situado bajo los arcos de la Plaza Mayor, en la calle que honra memoria al feo y cascarrabias Severo Catalina.
    
    Después de tantos años de militancia fotográfica, conozco y frecuento a muchos colegas de afición, algunos de ellos, de relumbrón y ninguno vive la fotografía con la intensidad y la pasión como la vive Vicente. En cierta ocasión oí comentar con cierto tono socarrón y algo pendenciero, que hay mucho fotógrafo de domingo y yo añado que también los hay de fiestas de guardar. Ese no es el caso de Tofiño, siempre acarreando con la cámara en sus maltrechos hombros. Cuando paseas con él, rara es la ocasión que no carga con una o varias de ellas, y en aquellas situaciones que no es así, es frecuente oír sus lamentos ante una oportunidad perdida de haber congelado un instante irrepetible de la vida.
    
    Tengo que confesar que las fotografías que más admiración me causan son las de su primera etapa. Es algo que me suele ocurrir con frecuencia en los trabajos de muchos fotógrafos, incluso en mis fotografías. Las primeras fotografías poseen una inocencia y una frescura que luego suelo echar en falta en trabajos posteriores, más maduros y conceptualmente más interesantes.

    Cuando Vicente preparaba su libro “Cuenca en la mirada" editado por la Diputación Provincial de Cuenca, frecuentaba su casa para visionar las fotografías que iba seleccionando, y recuerdo meridianamente cada una de ellas, pero hubo dos que me llamaron la atención por encima de las demás. La primera, una escena cotidiana vista desde el interior de una casa. Una mujer madura, con una mirada frontal, desafiante, el brazo diestro en jarra y el izquierdo, caído, con la mano escondida en el interior del bolsillo de un mandil de cuadros y dos niñas, bajo el marco de una puerta. Una de pie, con mirada cándida y la otra de espaldas, sentada, distraída, ajena a lo que acontece delante y detrás de ella. Una escena familiar, con una iluminación natural difícil, el interior en penumbra y el exterior con una luz dura, de verano. Le comenté que me gustaba mucho esa foto, y me dijo que eran su madre y sus hijas. Y me gustó todavía más.

    En la otra fotografía, los trajes de dos desposados, o quizás por desposar, abandonados a su suerte en una solitaria acera. Trajes que nos hacen presagiar que están condenados a un futuro incierto. Dos vestimentas modestas, alejadas de las prestigiosas firmas nupciales, que no se sabe muy bien si están esperando a ser enfundadas para el “sí quiero” o si los novios huyeron precipitadamente cada uno por su cuenta, ante el vértigo que produce el compromiso eterno. Dos enamorados de figura estilizada y de cartilla de ahorros menguada.

    Estamos ante uno de los fotógrafos más preparados de los últimos años de la fotografía española. Su dedicación a la docencia, al comisariado, a la prensa, a la fotografía industrial y arquitectónica, hace que tenga una visión muy completa y heterogénea de la fotografía. Estos antecedentes se manifiestan en este nuevo libro “Cuando nadie me ve”, una sucesión de instantáneas captadas a lo largo de su dilatada trayectoria. Fotografías que en algunos casos han formado parte de proyectos anteriores.

    Podemos decir que “cuando nadie me ve”, Vicente te observa, sigiloso, atento, agazapado, pero no como un cazador ni un ladrón de imágenes, porque Tofiño ni hiere ni roba, trata a las personas retratadas con el máximo respeto y dignidad. Seas rico y poderoso o pobre y humilde, estés desnudo o vestido, atento o descuidado, receloso o confiado. Cuando te veas fotografiado por Vicente no te sentirás defraudado, te verás humano, sencillo, terrenal.

    En el libro “TOFIÑO” asoman ancianas de rostro labrado a golpe de calendario, mujeres insufladas de futuro, jóvenes de pubis lampiño, ingeniosos guiños a maestros de la pintura, mirones ávidos de sexo, blancas hermanas de clausura, párvulos, mininos y hasta perros que copulan gozosos sin que los numerosos mortales presentes les presten la mínima atención. En sus fotografías siempre pasa algo, siempre pasan muchas cosas, todo bajo una cuidada estructura geométrica.

    Vicente, con miles y miles de fotografías en sus archivos, es de esas personas que no han nacido para observar la vida sentado desde la butaca del espectador, es de los que han optado por interpretar como un actor principal su propia película vital, aunque ello le haya supuesto tener que lidiar estoicamente en varias ocasiones con los hondos surcos labrados por el infortunio. Ha sido en la vida, el comprometido Olmo Dalcò de Bertolucci en "Noveccento", el golfillo adolescente Antoine Doinel de Truffaut en los "Cuatrocientos golpes", el atormentado Paul de "El último tango en París", y como no, el obsesivo y persistente fotógrafo Thomas de "Blow-Up".

                                                                Miguel Ángel Sintes Puertas




Andrés Marín, Benito Román, César Lucas y Vicente López Tofiño






Andrés Marín, César Lucas, Vicente López Tofiño



Jésus Sintes


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