miércoles, 14 de mayo de 2014

Exposición antológica de Emilio Sánchez Martín. Real Sociedad Fotográfica de Madrid



© Emilio Sánchez Martín

a Emilio Sánchez, conspicuo fotógrafo y leal amigo

Cuando uno se acerca por primera vez a Emilio, se encuentra con el castellano austero, de aparente semblante seco y distante que con el trato diario y en las distancias cortas se transforma en un comprometido y leal amigo, tremendamente generoso, honesto y dotado con ciertas dosis de un humor socarrón.

A Emilio, le tocó vivir la gris posguerra española en las frías tierras castellanas de Salamanca. Eran los años de aquella España uniformada. Uniformes con los que militares, taxistas, escolares, serenos, doncellas, toreros, doctores, barrenderos, porteros…….. marchábamos marciales al toque de trompeta y catecismo que imponía la férrea disciplina nacionalcatólica, y que había arrasado como una ciclogénesis explosiva (como dicen ahora los modernos) el aire fresco y rejuvenecedor que había traído la República por estas tierras.

La institución libre de la enseñanza y sus misiones pedagógicas que acercó la cultura a los pueblos, abasteciéndolos de bibliotecas y música, transportando el arte dramático en carromatos, había cedido su sitio a los sables y las sotanas, los solideos y las estrellas. A la hora de la instrucción escolar, en las desnudas aulas, el todopoderoso se hacía escoltar por dos ladrones que nunca se arrepintieron de sus pecados.

A finales de los años cincuenta y primeros de los sesenta, el afán controlador del régimen impuso la obligatoriedad de formalizar un nuevo documento que se llamó “DNI” mediante el cual todo ciudadano debía quedar registrado. En las grandes ciudades surgieron los míticos fotomatones, estrechos habitáculos automatizados, con los que obtener las fotografías de carné de forma instantánea. Instalados, entre otros lugares, en los mercados, bocas de metro y puertas de los cines, abastecieron a la población de un retrato de aproximadamente nueve centímetros cuadrados  con el que poder llevar a cabo la obligatoria expedición del citado trámite.

La tarea se hizo más compleja en el ámbito rural, donde la precariedad y el subdesarrollo hicieron necesaria la contratación por parte de las autoridades locales, de los escasos fotógrafos comarcales, que previa publicitación por parte del pregonero de su presencia, se encargaron de la tarea de registrar fotográficamente a la población, con la finalidad de cumplimentar el trámite burocrático de la expedición del DNI. Y es en este menester cuando un joven Emilio acompañando a su padre en una motocicleta, cargados con una sábana blanca y una Rolleiflex, haciendo las labores de asistente, en el terreno y en el laboratorio, entró en contacto con el mundo de la fotografía.
Su padre, fue el Melquiades que le proporcionó los instrumentos y la sabiduría con los que Emilio, pasados los años, al igual que hiciera José Arcadio Buendía, se construyó un cuartito al fondo de su casa, donde pasaría largos tiempos para que nadie perturbara sus experimentos. Gran defensor de la cultura del esfuerzo, fue adquiriendo con los años un total dominio de la fotografía fotoquímica hasta conseguir unos resultados rotundos que hacen que sus copias en papel baritado sean perfectas. Dotadas de unos negros intensos y profundos, de un blanco puro y una amplia gama de grises sus trabajos no dejan indiferentes a quien los observa.

Alejado de las postales deslumbrantes propias de los “aprietabotones” persevera en el trabajo de series fotográficas que dan sentido y coherencia a sus fotografías. Por eso le encontraremos durante largas jornadas persiguiendo a fantasmagóricas figuras humanas que vagan por el Caixaforum, fantaseando y coqueteando con esbeltos y desnudos maniquíes femeninos, merodeando por la autogestionada tabacalera o perdido por la frondosa selva del Orinoco en busca del ilustre Alejo Carpentier.

Cruzado el ecuador, ante la adversidad de la salud, Emilio lejos de intimidarse, como ya hiciera en tiempos pretéritos durante la dictadura, presenta batalla y con renovada ilusión se abraza a la juventud del 15-M con la máxima de que un mundo mejor es posible.

            Con las primeras y tenues luces del día, me pierdo por el cerro Almodóvar, esa pequeña y austera colina que se vislumbra a la entrada de Madrid y que le recuerda a la ciudad su definitivo carácter manchego. Me cruzo con el escultor Alberto Sánchez y el pintor Benjamín Palencia que afanosos buscan materiales terrenales que den sentido a sus creaciones artísticas. Un ligero viento del pueblo me musita al oído y la sombra de un inmortal Miguel Hernández me recuerda que “la vida de los hombres suele ser retorcida como las raíces de los tomillos, pero hay muy pocos que al final de esa lucha huelan tan profunda y limpiamente como éste ........


                                   Miguel Ángel Sintes Puertas 

RAMÓN MASATS

"in memoriam"               © Pablo Sintes